martes, 30 de diciembre de 2014


El perrito callejero a veces se alejaba, no mucho, solo a unas calles y siempre al regresar halló el lugar pequeño, donde quien lo habitaba le procuró todo el calor del que fue capaz de albergar en si, porque quería a aquel colorido ser. Cuando el perrito callejero se alejó (como lo había anunciado con estas mismas palabras) del lugar, esta vez mas lejos que antes, este se sintió libre, tanto que se olvidó de aquel rincón donde el recuerdo de su ausencia fue destruyendo sus paredes, el tejado y las buenas intenciones. Un día el perrito callejero pasó, quizá por casualidad por donde alguna vez había estado el rincón insignificante que alguna vez fue suyo y el lugar, el rincón y sus estructuras ya no estaban. No lo había arrasado una tormenta ni lo había derribado un huracán, solo que su repentina ausencia fue deshaciendo, hasta desaparecer en la brisa el calor, el interior y todo cuanto se había construido…