El perrito callejero a veces se
alejaba, no mucho, solo a unas calles y siempre al regresar halló el lugar
pequeño, donde quien lo habitaba le procuró todo el calor del que fue capaz de
albergar en si, porque quería a aquel colorido ser. Cuando el perrito
callejero se alejó (como lo había anunciado con estas mismas
palabras) del lugar, esta vez mas lejos que antes, este se sintió libre, tanto que
se olvidó de aquel rincón donde el recuerdo de su ausencia fue destruyendo sus
paredes, el tejado y las buenas intenciones. Un día el perrito callejero pasó, quizá
por casualidad por donde alguna vez había estado el rincón insignificante que
alguna vez fue suyo y el lugar, el rincón y sus estructuras ya no estaban. No lo
había arrasado una tormenta ni lo había derribado un huracán, solo que su repentina
ausencia fue deshaciendo,
hasta desaparecer en la brisa el calor, el interior y todo cuanto se había construido…