lunes, 13 de agosto de 2007

Extraño que es.
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(cuento)
Le gustaba el sofá, sobre todo el blanco que era el que le estaba prohibido, y también el atún en lata, pero nunca el ricocat, del que había un barril entero echado a perder.

Sabia, expandida en sí misma, reconocer la falsedad de las caricias, la intuición propia de su femineidad, hacía huir despavorida a quien con malsana intención acercabase a tocarla, no, no se podía.

La casualidad hizo de las suyas, como algún compañero de techo suyo, seguro sucio de mañas, algún sin dueño, y el veinticinco de diciembre de un año perdido, amaneció con una pequeña camada de cuatro crías, regalo para quien quisiera quererlos y amorosamente soportarlos, tarea nada fácil, los grititos, imitación de maullido aun, las escaladas al arbolito de navidad, para ellos más grande que el everets, y los vasos que tiernamente rompieron, bajo la atenta mirada cómplice de su novata madre, la engreída, la michi de la casa, sentenciaron su exilio a nuevos hogares.

La desidia y la indiferencia, propia de su especie, y la indocilidad propia de su género, eran, fueron ajenas en ella, pero nunca el buen gusto; nunca un ratón, nunca las sobras de la comida, jamás el cebo que la doméstica le tiraba en trocitos pequeños, pero siempre, sentada, tendida, dormida, a la baranda del balcón que da hacia la calle, aún si llovía, y siempre de noche, porque la exclusividad de la noche era de ella, soberana absoluta, atigrada en verde y negro, de cola grande, muy grande, pacienzuda, no se quejó cuando una traviesa tijera le cortó los bigotes, ni cuando un bebé (nada inocente) jaló su cola; ni un miau de más por las innumerables veces que se le pisó, por tonta distracción; nunca un resentimiento, ni una mala mirada, sólo el resignado olfatear el insípido aire, elevando de rato en rato la nariz rosada, o masticando las plantas de la maceta como sutil venganza.

Sus incursiones a los techos vecinos trajeron además un grave ácaro, como una costra sobre su lomo, se había instalado el bicho, tan decidido a quedarse, que muchas semanas de baños, y una pomada milagrosa pudieron apenas, liberarla del horrendo, lo cual no impidió su rutinario saltar y desaparecer dando pasitos cortos, entre tejados, palomas, y posibles ácaros.

Eres tú mi engreída?, mi micifuz? , mi caja de sorpresas?

Quién sino tú, la que araña los muebles de la casa, la que corre tras un hilo, o salta por una ventana. Me entiendes cuando te hablo? Ven aquí, a mi lado, y ronronea suave, despacito…………


francis oroz

4 comentarios:

Cabeludo dijo...

pucha q capo q eres!!!

mary dijo...

el cuento me encanta.... como tú.... besos!

Silvestre dijo...

Me gusta, me gusta que se entienda que un cuento es un poema largo.

Anónimo dijo...

et amp